AUTOR: Milton Escudero Miranda (MILESMIR)
Una
mañana de mayo de 1453, Héctor al ver a su hijo pensativo en la puerta, decide
aprovechar el momento para contarle la historia de gato de Yldul, pero que solo
era un mito de 100 años en la edad Medieval.
- Emilio,
¿quieres que te cuente una historia?
- Está
bien papá, cuéntamelo, le dijo entusiasmado Emilio.
- Los
pájaros vuelan por sus alas, el pez nada por sus aletas, el lobo corre por sus
patas, pero el gato extraño gato de Yldul
no vuela, no nada y tampoco corre, lo que hace es ver el oro, para saber
que hay vida y se puede ser más que un gato en la vida.
En el
momento de la maravillosa narración, llego Olam, interrumpiendo el pequeño
inicio de la historia. ¡Padre…, el negocio se ha caído!, los turcos han tomado Constantinopla,
toda nuestra tropilla de caballos ha sido robado, hemos quedado en la ruina
padre.
Héctor
no lo podía creer, con la mirada hacia el oeste, se puso a llorar y se fue a su
cuarto, Emilio quiso acompañar a su padre, pero este se lo impidió. Su hermano
Olam lo vio con asco y le dijo que de hoy en adelante, las órdenes de la casa
serán dadas por él. Emilio se fue a la plaza de la ciudad, para pensar y llorar
sin que Olam lo moleste. Cuando salió corriendo de su casa, Cristina lo alcanzó
a ver y decidió seguirlo.
Ambos
corrían hacia la plaza, Cristina trataba de detener a Emilio con señas, pero
este no podía darse cuenta, hasta que al dar la vuelta en una esquina, notó que
alguien lo seguía y rápidamente puedo reconocer que se trataba de su amiga Cristina.
Con la voz entre cortada, se apresuró a contarle lo que pasaba, mientras se dirigían a la plaza.
La joven muda no podía decir ni una palabra, pero le dio un fuerte abrazo, que
para Emilio lo era como el abrazo de una madre, luego ella limpio sus lágrimas
y lo levantó, para animarlo a volver a casa.
Cuando
Emilio llegó a casa, notó la presencia de un doctor y la de su hermano
pagándole. El asustado joven no hizo preguntas, solo quiso ver a su padre y
pedirle que terminase de contar la historia del gato de Yldul. Al llegar a la
puerta del cuarto de su padre, toco y preguntó si podía entrar, don Héctor, con
la voz ronca acepto su petición.
Al
momento de ingresar, notó que había un aire a enfermedad y pregunto ¿Padre,
usted está bien?, Héctor no respondió y le dijo: sé que has venido por la
historia, joven Emilio. En el fondo de su pensamiento, Emilio sabía que su
padre tenía la razón y le dijo: padre, ¿puedes? Héctor se puso a reír y le
dijo: por su puesto mi querido hijo, venga, siéntese a mi lado.
- Si el
gato de Yldul pierde el oro, moriría como el caballero sin su espada. Hubo un
momento en que ese gato, se hizo leyenda y mito entre los caballeros y el
talento del hombre, pero hoy nada ni nadie puede saber si su existencia es real
o solo fue una inspiración. Pero se dice, que así como el dio, también recibió,
grandes cantidades de oro, como para llenar este casa. Eso es todo, Emilio, no
pienses que la historia tenía que durar toda la noche, pues son los años los
que hicieron del libro una introducción.
Al
día siguiente, Emilio con la idea “hoy nada ni nadie puede saber si su
existencia es real”, decidió buscar el oro del gato de Yldul, se preparó con
los alimentos y herramientas necesarias. Cuando ya estuvo listo, fue al cuarto
de su padre para despedirse; al entrar vio durmiendo a su padre, así que le
dejo una nota, para no levantarlo. Luego se fue a despedir de Cristina, a quien
encontró en el río jugando con los peces, cuando le dijo lo que haría, ella le
dio un beso en la frente y lo despidió con un fuerte abrazo.
Emilio
conocía muy bien las fronteras de la ciudad de Yldul, además cuando era niño
viajaba con su padre a las demás ciudades. Caminando por más de dos semanas,
por montañas entre frio y calor, no encontró ni un indicio del refugio del gato
de Yldul, llegó a pensar que el gato de Yldul, solo era una inspiración para
los caballeros y hombres de talento. Así que decidió regresar a casa, para
decirle a su padre que la historia era solo una imaginación.
En el camino de regreso, con el rostro sucio,
la ropa rasgada y el ánimo destruido, alcanzó a ver una choza solitaria en la
depresión de una montaña. Se apresuró a saber quién vivía en ese lugar. Asomándose
cuidadosamente, para que no lo vean, pudo observar a un viejo que hacia
torpezas, más tarde se dio cuenta que era un ciego. Joven es una mala actitud
observar a un anciano por la ventana dijo el anciano, ¿pero cómo supo que lo
vigilaba?, se preguntó Emilio, así que le pregunto:
- ¿Qué
hace viviendo solo en este lugar?
- Estuve
buscando lo que tú buscas, pero me perdí en el tiempo y hoy vivo aquí, con lo
poco que puedo ver he vivido desde que la luz
del oro me arrebato la vista, respondió el anciano.
- ¿Acaso
usted pudo encontrar el oro del gato de Yldul y si es así me podría decir por
dónde tengo que ir, le prometo que le daré una parte del oro?
- Bueno,
lo único que debes hacer es buscar la montaña más baja junto al lago más celeste
entre las montañas más grandes.
Emilio
al saber todo esto, se fue con esperanza de encontrar lo que su padre le había
contado. Se despidió del viejo y le prometió que volvería, para cumplir su
promesa.
Luego
de una semana de búsqueda, encontró lo que buscaba y al ver la cueva, sus ojos
se empezaban a cegar por la gran luz que salía de la cueva. Recordó lo que le
había pasado al anciano y se cubrió rápidamente los ojos con la mano para
entrar. Al estar dentro de la cueva, su visión era borrosa y lo primero que
vio, fue un hermoso gato que parecía que en su pelaje se difuminaba todo los
colores, sus ojos eran como las auroras boreales del polo norte y su maullido
tan afinado y delicado como el canto del ave ruiseñor. Emilio decidió no
tocarlo, pues se había dado cuenta que era el gato de Yldul, sin embargo
parecía ser un simple gato.
Después
de recuperar completamente la visión, observó a su alrededor en busca del oro,
pero no logro ver las montañas de oro que su padre le había descrito, acercándose a los bordes de la cueva,
consiguió ver una moneda de oro, era la única que había en todo el lugar. Decidió
coger la moneda y regresar a casa, de
pronto noto que el gato se había despertado y empezaba a maullar sin control, por
lo que lo agarro con miedo y lo guardo en su mochila, saliendo como ladrón de
la cueva.
Lo
primero que hizo al salir fue visitar al viejo y decirle que ya no había nada
en la cueva y que tal vez otro lo había encontrado primero, pero al llegar a su
casa, no había nadie, parecía que había pasado muchos años y la muerte había
llegado para el ofuscado anciano y su choza. Al asomarse más por la ventana, un
destello de luz dorada chocó contra su cara, no le tomo importancia y siguió el
camino de regreso a casa.
Cuando
llegó a la ciudad de Yldul, notó que todo había cambiado y se sorprendió más
cuando llego a su casa, pues la entrada había sido cambiada y dentro de ella se
escuchaba risas. Tocó la puerta y cuando
salió Olam, lo vio un poco viejo; Olam se sorprendió y a la vez lo insulto,
diciéndole:
- Han pasado cuatro años y te atreves a tocar
la puerta de mi casa como si no hubiera pasado nada. Por tu culpa papá
falleció, desearía que mamá no hubiera muerto para darte a luz y fueras tú el
que haya muerto.
- Pero, ¿cómo que han pasado cuatro años?, dijo
Emilio.
Olam
cerró la puerta como si hubiese visto a un ladrón y Emilio se quedó parado,
pensando todo lo que su hermano le había
dicho, cuando de pronto cayó una carta desde lo alto, proveniente del cuarto de
su padre, la cual había sido aventada por Olam y a la vez le recordó que se
tenía que ir de su casa. Emilio se fue sin derramar una lágrima a la casa de Cristina,
a quién quería ver, pues habían pasado mucho tiempo para ella. Tocando la
puerta de su casa, salió su madre y le dijo que se había ido con su padre a las
lejanas tierras de España, ante tal suceso le dijo: ¿Señora podría no decirle
que he venido a buscarle?, la señora movió la cabeza en respuesta afirmativa y
es así como Emilio se fue a la cueva del gato de Yldul, ya que no tenía hogar
ni a nadie importante para quedarse en la ciudad.
En el
camino se puso a llorar y aprovecho el momento para abrir la carta, que decía:
“El precio de la vida es la muerte, ningún montón de oro, hará que tu historia
sea una vida, solo hará que seas un libro”. Al llegar a la cueva, no se cubrió
los ojos, pues ya no le importaba su vida y menos sus ojos, pronto se dio
cuenta que ya no podía ver, como única solución se tumbó en la cueva, al caer
se apresuró en abrir su mochila y sacar al gato para acariciarlo.
Dentro
de la cueva, con el gato sin oro y él sin motivos para vivir, se perdió en los
recuerdo de su infancia, cuando se divertía con su hermano y su padre. Lloraba
sin control, pues el tiempo ya no era el mismo, la vida había cambiado y
aquellos felices momentos se habían convertido en un pantano sin salida.
Mientras acariciaba al gato, empezaba a recuperar la vista, finalmente obtuvo
una visión borrosa, con el cual observó que el pelaje del gato se tornaba
oscuro, como si la vida del gato de Yldul estaría llegando a su fin.
Pensando
en lo que pasaría, abrió de nuevo la carta y la leyó cuatro veces más, la
seguiría leyendo si no fuera por la mancha que hizo en la hoja al querer
limpiarla, pues se le había ocurrido escribirla en la pared, ponerla junto a
las demás escrituras de la cueva, al finalizar su escritura (realmente era un garabato
a causa de la visión borrosa) se sentó y respiro profundo, mirando los ojos del
gato.
En
lágrimas puras, dijo: desearía estar con mi padre. En ese instante, escucho un
maullido sugestivo del gato y su cuerpo empezó a desaparecer como una luz, de pronto
Emilio se encontraba en un extraño lugar y a lo lejos pudo ver a su padre, a
quién inmediatamente se dirigió, queriendo unir el lazo parental por siempre. El
gato de Yldul siguió en placidez esperando a otro desdichado hombre en oro, felicidad
o talento.
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