martes, 18 de julio de 2017

ARGUEDAS Y EL NUBLADO MUNDO INDÍGENA

El candil del indígena empieza a titilar y pronto se habrá de apagar, aquel buen hombre que refugio del tosco viento al indio se ha ido y vagando por los desolados e inexplorados cerros, el indio vuelve a buscar un hogar, de no encontrarlo se perderá en la oscuridad y se convertirá en el desenlace de los siglos de su historia. ¿Dónde está ese hogar, acaso ya no hay uno más?

Sólo un hombre de vigor, coraje y  altruismo se atrevería a dar la mano y cargar en el lomo a los marginados, desafiando la fuerza de la gravedad y la discriminación, haciéndole revivir el espíritu el incaico, con ese espíritu con el que nuestros ancestros forjaron un imperio glorioso y quedo registrado para siempre en la historia de la humanidad, volviéndole a contar el mito de inkarri y resucitando a nuestra pachamana.

José María Arguedas Altamirano, el hombre que refugio y protegió al indígena, ese hombre valiente que se llevó hasta su muerte la carga de los marginados. No habrá nadie como él, tan excelso y admirable. Arguedas “el último literato defensor de los indígenas”. Luchó por la aceptación del indígena y la consideración de sus costumbres hasta el final.

En el siglo XX se convirtió en el escudero de los indígenas, como lo hizo Túpac Amaru I, Juan Santos Atahualpa, Andrés Avelino Cáceres etc.; pero ya no con ondas ni fusiles, sino con su puño y miles de hojas de papel con cientos de plumas. Su arma sería su cerebro y sus municiones las palabras, sus disparos no matan, pero te empuja al rincón de los marginados, para sentir la soledad e injusta vida del indígena.

El lenguaje indígena quedará plasmado hasta la posteridad en sus obras, nada mejor que dejar inmortalizado al indio en la historia. Seguro que Arguedas sabía que luego de siglos de marginación, llegaba el desenlace de la historia de los indígenas y como nada más pudo hacer, plasmó ese encuentro de dos mundos en voluminosas obras y que hoy en día, en el siglo XXI presenciamos el choque de esos dos mundos, es como una mezcla entre negro y blanco, de los cuales uno predominará y el otro se apagara.

La redacción de obras como Todas las Sangre, Yawar Fiesta, Ríos Profundos, El Sexto y El zorro de arriba y el zorro de abajo, son las huellas de Arguedas. Dichas obras nos dan la idea de la dura vida del indígena por buscar su lugar en la nueva sociedad, siempre obstaculizado por la discriminación y la brecha política. Mientras otros escritores narraban un confuso aspecto de esta sociedad, José María Arguedas tuvo la suerte de poder convivir con personas de los andes, siendo él partícipe de muchas muestras culturales.

Un país de todas las sangres, y el único Willka era Arguedas, pero se fue como Willka, dejándonos ese extraño sentimiento de buscar el cambio y no dejar que el espíritu incaico, nosotros los indígenas, cedamos al arquetipo de la sociedad que busca la “uniformización”, marginando a los indígenas.

Muchos alagan la falsa idea de pluriculturalidad del Perú, sin embargo lo que yo veo es la uniculturalidad en proceso, lo que en tiempos pasados tanto se buscó para que se haga realidad, ahora empieza a tomar forma. El desprecio social, la dominación política y la explotación económica en el propio suelo donde el indígena realizó hazañas por las que la historia lo consideró como gran pueblo, son la gangrena que degradan  las costumbres indígenas, nuestro quechua y el futuro del indígena en las montañas.

“En el centro de la baranda, se encuentra el toro Misitu (criollo) y el capeador (indio), el turupukllay inicia y el capeador entretiene, domina y mata al toro”. Yawar Fiesta, la fortaleza del indio y su lucha por ocupar un espacio cómodo en nuestra sociedad, donde se sientan seguros de subsistir con sus costumbres. Arguedas incentivó la victoria del indio en el  turupukllay, pero no se dio cuenta que el toro había sido alimentado con lo mejor y el propio indio fue quien lo alimentó, teniendo la idea de asombro y admiración por lo exótico, se excedieron y el Misitu salió victorioso.

Despojado de la igualdad y de la justicia, el indio baja de las montañas al valle, un cambio de relieve, pero también de vida, las costumbre de arriba se han quedado arriba y los de abajo forman parte del nuevo agregado. “El estiércol de la sociedad está abajo, arriba solo llega el vaho”. Como Ernesto, una vida abajo es menos placentera que la de arriba, la marginación al indígena está arriba como abajo, por más que se lo defienda, la sociedad de abajo no los acepta como parte nueva en el conjunto, sólo le queda regresar y mejorar lo que hay arriba o aceptar la nueva vida abajo y ser como los de abajo, tapando lo indio con la moda, para acriollarse y perder la esencia de arriba (el legado incaico).

La falta de compatibilidad entre los dos mundos y la injusticia, convergen en la desgracia de la pobreza, impulsando este último a la corrupción del indígena y del criollo, si no hay otro camino, el final es la cárcel. Arguedas, explica y detalla el horror de este espacio en su obra El Sexto, la experiencia de estar en la cárcel lo motivo a compartir la vida en la cloaca de la sociedad, siendo representado por Gabriel. Un drama en el que es plasmado la angustia, violencia, muerte, corrupción, injusticias y homosexualismo de una sociedad tan apática.

Consideró a la cárcel como un lugar de renovación, un lugar donde se tiene que pensar y reflexionar, para un indígena estar entre cuatro paredes y entre rejas lo lleva a un lugar en donde se pueda sentar con tranquilidad, es en sitio donde recuerda aquellos cerros en donde vivió, los animales que pasto y su niñez. Un indígena siempre extraña su campo y choza, lo caracteriza  la sencillez; tal como Arguedas lo experimento: “El coro de insultos me recordó de pronto uno de los días más grandes de mi infancia (…) Yo volví a ver en esos instantes, en la memoria, la marcha de los cóndores cautivos por las calles de mi aldea”

Un último regalo  de Arguedas fue El zorro de arriba y el zorro de abajo, obra que no alcanzo a terminar,  no porque el tiempo le ganó, sino la depresión. Conociendo el mundo indígena, lo sentimental e ideológico, comenzó este libro, que sin lugar a duda son los dos mundos, el zorro de arriba (el indio) y el zorro de abajo (el criollo). Ordenando extractos de sus diarios personales con testimonios de sus amigos, se intentó completar la obra, pero no se logró; Arguedas se llevó a la tumba el desenlace de su obra.

La lucha del indígena por subsistir y mantenerse en una solvencia económica, lo motivó a bajar de los andes, creyendo que allí abajo abría una estabilidad, se encaminan en un contexto de confusiones y que tal vez esa confusión por el mundo criollo y su desacuerdo con el indígena, motivo al autor a cometer el suicidio, queriendo escapar de este mundo inexplicable y raro. Semejante es la vida del hombre indígena en la costa, siente que no pertenece ahí abajo y en cada momento piensa en el mundo de arriba, lugar de comodidad ante lo desconocido.

La difícil adaptación del indígena al nuevo mundo lo lleva a la aculturización, rompiendo lazos con una cultura para ligarse con otra y de esa manera conseguir ser parte de lo nuevo, pero en el que siempre el criollo le hará recordar su origen, tornándose esto como algo vergonzoso, empezando a tenerle miedo a su pasado, pues la palabra “cholo” le es denigrante a su persona. Arguedas: “Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua. Deseaba convertir esa realidad en lenguaje artístico y tal parece, según cierto consenso más o menos general, que lo he conseguido”.
El indígena es un ser con dignidad, capaz de ser un elemento productivo en la transformación del país. Desprestigiar al indígena, es despreciar nuestro país, porque el Perú se caracteriza por los pobladores de arriba, no los de abajo, si ellos se uniformizan con los de abajo, cabe decir que el Perú ha sido dominando por el capitalismo marginal, el cual nos ha alejado y vendado los ojos para no ver lo que ellos, nuestros antepasados, fueron en sus inicios, la hazaña del indígena está siendo tapado por las injurias de la ignorancia.

José María Arguedas se fue, ya no volverá jamás al Perú y seguir escribiendo para el indígena. Lo que en su tiempo vio como el encuentro de dos mundos, lo motivo a unificar una nación de distintas culturas, costumbres, creencias, lenguas, para que así se establezca un ambiente de paz y compresión. Todo ello sin romper los lazos culturales, impulsando a la construcción nueva, sin que se encuentre el prototipo del modernismo y capitalismo. 

Es momento de parar y mirar hacia el este, comprender que el Perú no solo está en la costa, pues también está allá arriba, en el mundo marginado por los criollos por más de cinco siglos. Arguedas nos mostró lo suficiente de la cultura andina, más el agregado de la historia, apreciemos a esa cultura que en un momento fue el mejor y ahí se encuentra nuestro verdadero antepasado, bajo las polleras, el sombrero de paja y el yanqui. Adoptemos y sigamos lo que dejo Arguedas, pero ahora en el choque de dos mundos, es momento de salvar al indígena de la carnicería del toro Misitu en la baranda del Sexto (injusticia, sufrimiento y marginación), como el niño Ernesto y Willka, en el país de todas las sangres.  

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